Encontramos deshonestidad en todas partes. Desde hacer trampa en el Monopoly hasta mentir en la declaración de impuestos.
Nos topamos mucho con esas “autoridades morales” en lugares de poder político y económico. Juzgan a los otros desde su posición y anulan los derechos de la mayoría porque pueden o no les conviene.
Todos los días vemos líderes políticos que critican otros países y sus sociedades mientras no pueden resolver los problemas propios de su país. Expresan una lastimera solidaridad hacia otras sociedades mientras “manda a podrir a sus pueblos”, incluso tilda a los más afectados de malagradecidos, por decir lo menos. Se escudan en ideologías para no resolver lo que por responsabilidad deben cumplir.
A muchos se les olvida la honestidad como una forma de actuar. Aquellos que creen que salvándose de la justicia terrenal torciendo las cortes de justicia y pidiendo perdón a Dios ya están salvados, están perdiendo su tiempo porque nunca se salvarán de la memoria colectiva. No triunfa realmente quien triunfa deshonestamente, es un hecho.
El diccionario de American Heritage define la palabra honesto como: Absolutamente sincero, que tiene integridad; honorable, que no es mentiroso o charlatán, no hace trampas o se aprovecha injustamente.
Wingston Churchill, alguna vez dijo: “Es importante ser honesto pero también es importante actuar correctamente”. Es decir, no es menos deshonesto robar tiempo de oficina que sustraer dinero de la caja chica.
Ser honesto no es simplemente la mejor política, es la única política.